Mary Poppins by P. L. Travers

Mary Poppins by P. L. Travers

autor:P. L. Travers [Travers, P. L.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico, Infantil, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 1934-01-01T05:00:00+00:00


Por fin llegaron a la catedral de San Pablo, que era un edificio que había sido construido hacía muchísimo tiempo por un hombre que tenía nombre de pájaro. Se llamaba Wren[1], pero no era familia de Jenny[2]. Por eso vivían tantos pájaros cerca de la catedral que construyó sir Christopher Wren —cuyo titular era San Pablo— y por eso vivía también allí la Mujer de los Pájaros.

—¡Ahí está! —gritó de pronto Michael muy emocionado, mientras se ponía a bailar sobre la punta de los pies.

—No señales —dijo Mary Poppins, que estaba echando un último vistazo a sus rosas en el escaparate de una tienda de alfombras.

—¡Lo está diciendo! ¡Lo está diciendo! —gritó Jane, rodeándose fuertemente con los brazos por miedo a partirse en dos de contenta que estaba.

Y, en efecto, lo estaba diciendo. Justo delante de ellos tenían a la Mujer de los Pájaros, que decía:

—¡Comida para pájaros, a dos peniques la bolsa! ¡Comida para pájaros, a dos peniques la bolsa! ¡Comida para pájaros, comida para pájaros! ¡A dos peniques la bolsa, a dos peniques la bolsa! —Repetía lo mismo una y otra vez con una voz aguda y melodiosa que hacía que aquellas palabras sonaran como una canción.

Y mientras lo decía, tendía a las gentes que pasaban unas bolsitas llenas de migas de pan.

Los pájaros revoloteaban a su alrededor, girando y remontándose en el aire para luego volverse a lanzar en picado. Mary Poppins los llamaba a todos «gorriones», porque, como solía decir con tono muy engreído, a ella todos los pájaros le parecían iguales. Pero Jane y Michael sabían que no eran gorriones, sino pichones y palomas. Estaban las palomas grises, que eran quisquillosas y charlatanas como viejas abuelas; los pichones pardos, que tenían la misma voz ronca de los tíos; y otros verdosos y socarrones, como un padre cuando dice: «lo siento pero hoy no puedo darte dinero». También había unas palomas color azul pálido, que eran tan ridículas y ansiosas como madres. O al menos, eso era lo que Jane y Michael pensaban.

Cuando se acercaron, los pájaros volaban en círculos en torno a la cabeza de la Mujer de los Pájaros, pero, de repente, para hacerla rabiar, se alejaron todos a gran velocidad y se posaron en lo más alto de San Pablo. Una vez allí, se empezaron a reír y volvieron la cabeza hacia otro lado, como si no la conocieran de nada.

Era a Michael a quien le tocaba hoy comprar una bolsa, pues la vez anterior había sido Jane quien había pagado. Se acercó a la Mujer de los Pájaros y le tendió los cuatro medios peniques.

—¡Comida para pájaros, a dos peniques la bolsa! —dijo la Mujer de los Pájaros, mientras le ponía a Michael una bolsa de migas en la mano y se metía el dinero entre los pliegues de su enorme falda negra.

—¿Por qué no tiene bolsas de un penique? —dijo Michael—. Así podría comprar dos.

—¡Comida para pájaros, a dos peniques la bolsa! —dijo la Mujer de los Pájaros, y Michael se dio cuenta de que era inútil hacerle ninguna pregunta más.



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